Un lugarcete desde el cual el hombre pueda codearse con lo más alto de la literatura universal. Esto sí que es empezar de abajo.

sábado, 30 de octubre de 2010

Uno perdido, de dudosa calidad; inédito

Muñiz entra a su casa, algo cansado. Veinte minutos han pasado de la media­noche. Decide no prender la luz para no levantar sospechas con su esposa. Sabe que a ella le disgustan sus llegadas tarde, que no son horas de volver para un hombre ca­sado y respetable. El disgusto pasará a enojo cuando se entere que ha ido de trampa; el enojo transmutará en vaya uno a saber qué cosa cuando se desnude que la tercera en discordia es nada más y nada menos que Isabel Gutiérrez, hermana de la víctima en cuestión, que se encuentra de visita en la ciudad después de quince años. Muñiz no puede esconder tal verdad, su mujer es implacable en cuanto a espionaje se trata.
El sigilo que ha acompañado a Muñiz del zaguán a la cocina es abruptamente interrumpido por un grito. Un grito de sorpresa, de terror, lanzado por el propio Muñiz.
-                     Mi amor, me asustaste, te hacía en la cama.
Susana, apoyada en la mesada con una taza de té en la mano, lo mira.
-                     Levantada tan tarde, ¿a vos te parece? No son horas para una mujer como vos, mañana tenés que madrugar. ¿O no tenés clases a partir de las siete? Dale, dejate de joder.
Susana, apoyada en la mesada con una taza de té en la mano, siquiera se in­muta.
-                     Susana, por favor. Vamos a la cama. Yo también estoy fulmi­nado, tuve un día terrible. Furor de ventas en el negocio, no sabés. Termina­mos cerrando como a las diez…- sabiendo que el bache de dos horas da lugar para pensar, corrige- once, qué digo once, hace veinte minutos nomás. Cerra­mos y me vine derechito para acá.
-                     ¿Qué tal estuvo?
La pregunta lo descoloca un poco.
-                     ¿El negocio? Bien, bien, buen fin de temporada estamos te­niendo. Oscar está satisfecho, y vos sabés cómo es, si él está feliz, todos es­tamos felices.
-                     No te hagas el boludo. Sabés de qué te estoy hablando.
-                     No te entiendo. Te digo, vendimos bien. Vinieron unos coreanos a eso de las ocho…
-                     ¡Roberto!
-                     Querían unas tuercas de no sé qué…
-                     ¡Isabel, Roberto, Isabel!
Colorado se pone el hombre, desencajado totalmente. Se lo veía venir, pero no tan de golpe.
-                     ¿Isabel? ¿Qué pasa con tu hermana? ¿Está bien, se enfermó?
-                     ¿Cómo estuvo?
-                     Pero eso fue ayer, ya te dije. Comimos bien, una lástima que no hayas podido venir. Estaba toda la familia y…
-                     ¡Roberto, contestame la re puta que te parió!
-                     Mi amor, no sé…
-                     ¡Acabo de hablar, Roberto, no te hagas más el pelotudo! De­cime, ¿cómo estuvo?
-                     Pero yo no quería…
-                     ¡Roberto!
Ya vencido, dimite a su defensa.
-                     Bárbaro, bárbaro; como vos hace diez años.
-                     Bien, es todo lo que quería saber. Gracias.
La mujer camina hasta el dormitorio y apaga la luz. El hombre, viendo derro­tado su orgullo, se molesta. Esperaba algo más, tanta parsimonia le quita gloria a su triunfo. Así, herido, toma sus cosas y se va.

3 comentarios:

  1. tu talento es admirable!!
    si duda voy a pasarme por esta pagina mas seguido...

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  2. tu talento es admirable!!
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