A Paco no le gusta nadar. Tiene una lagunita enfrente de su casa pero ni le interesa. Sus compañeros le insisten, le dicen que hace calor, que cómo no se va a meter, que aunque sea para bañarse, que dale, no seas cagón y demás. Paco no les hace caso y se recluye bajo un árbol pelado por el otoño. El problema de Paco es ser pato, y que los patos, por lo general, nadan. Los caballos mismos se sorprenden, y le juegan bromas. Esperan a que éste se distraiga, baje las defensas, y tanto Claudio como Julián se lanzan en picada contra los charcos de la laguna haciendo estallar sus patadas contra el agua, salpicando al pobre de Paco, que huye a la casona del patrón, llorando. Será de desdichada la vida del pato que el patrón tiene dos hijos pequeños, que cuando lo ven, lo agarran y lo torturan, creyendo que así los tres se divierten. Paco asegura no hacerlo. Dos veces estuvo a punto de morir en medio de esas tramoyas, ahogado. Son pequeños, le dicen sus colegas, no entienden.
Paco anhela escapar, huir, dejar su terruño para emigrar a mejores lugares, lejos de los espejos de agua. Sueña con desiertos, llanuras áridas, grandes rocas. Pero sabe que es imposible. Emprender tal viaje significaría perder la vida. Y él eso no quiere. Prefiere quedarse con los suyos, sufrir y vivir miserablemente, pero vivir al fin.
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