Un lugarcete desde el cual el hombre pueda codearse con lo más alto de la literatura universal. Esto sí que es empezar de abajo.

domingo, 19 de diciembre de 2010

No hay límites para la expresión

Adoro pintar las paredes del baño con caca. A veces utilizo un pincel; otras, a mano limpia.
La secuencia es muy sencilla aunque suene compleja. El primer paso consta de expulsar la materia prima. Prefiero hacerlo sobre el bidet, ya que si lo arrojase al inodoro, la sustancia se mojaría y atentaría contra mis deseos pictóricos. A menos que se trate de caca dura. Ahí sí, es preferible embadurnarla bien en un líquido (sea meo, saliva o agua) y volverla pastosa, para una mayor adherencia a la superficie.
Una vez que se ha terminado de despedir a los parientes del interior, se procede a la limpieza. Es hora del papel higiénico, ya que resulta imposible trabajar con la cola sucia. La picazón distrae.
Luego, y muy importante, habrá que lavarse las manos si se va a usar un pincel o brocha. La higiene personal de un artista es extremadamente vital para una correcta actuación. Obviamente, este paso quedará descartado si se planea aplicar la mezcla manualmente.
La puerta es un elemento fundamental de la tarea. Deberá permanecer clausurada todo el tiempo en que se esté pintando. El proceso es demasiado personal como para que cualquier externo se entrometa. Arruinaría la magia. Además, son muchas las personas que no logran admirar semejante arte. Se espantan, gritan; vomitan. La gente está loca, qué se le va a hacer. Mi elemento favorito para evitar la entrada de probables intrusos es el palo de escoba. Lo cruzo sobre la puerta y ya: problema resuelto. Conozco colegas que utilizan bancos o sillas. Los más arriesgados la cubren con un pie. Creo que hacerlo así es incómodo. La plena libertad artística se evapora.
El clímax de la cuestión comienza, entonces, cuando todas estas variables están controladas. Ahí sí, el alma creadora se despega de la humanidad terrenal y produce. Arte, arte, arte.
Las figuras se entrelazan en movimientos lineales, curvos y cónicos. El éxtasis de la vida se hace presente en medio de ese hedor magnánimo que inspiran los desechos reciclados de nuestro propio cuerpo. Las distintas tonalidades de marrón juegan sobre la pared. Brillan. Rechazan la cotidianeidad de la blanca cerámica y la transforman en un espectáculo para los ojos. Porque el hombre es cultura, arte. Y la caca, ese elemento tan denostado socialmente se reconstruye en producto de una algarabía expresionista suprema atiborrando baños. La vida surge donde antes había muerte. La cadena, ese botón enemigo de lo fecal es testigo del auge absorbente de los soretes vueltos pintura. Arte.
La simbiosis entre cuerpo, mente, alma, caca, es plena. Es un todo superior a la suma de las partes. Un todo excesivo, inmanejable. Causa terror, adrenalina, miedo. Pero no locura. No. Aunque nos intenten tildar de ello, nosotros luchamos por elevar nuestra condición artística. Así, nos valemos de la naturaleza orgánica humana. No por eso somos menos. No nos discriminen. No nos encierren. Dennos baños. ¡Queremos pintar!

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