La zurda en el cuadriculado. |
Corrientes, 1994. Por aquel entonces,
papá trabajaba en la Shell diseñando las estaciones de servicio por todo el
país. Iba y volvía en el día, para no dejar a la vieja sola en casa, que se
asustaba y ponía sillones en la puerta para que nadie pasara. Las ventanas no
eran preocupación; vivíamos en un piso catorce con rejas. Aquella tarde
correntina, se subió a su vuelo de
Aerolíneas Argentinas, abrochó su cinturón y esperó al despegue. Cumplida la
hora, la tripulación informó a los pasajeros que el retorno se demoraría unos
minutos más. Faltaba un pasajero. Una persona. ¿Podía una sola persona en falta
perjudicar a otros cincuenta u ochenta? Papá era joven, y aún no se había
hartado de su trabajo. La cuestión de los aviones era relativamente nueva para
él, por lo que la situación le resultó amena dentro de lo posible. Hojeó el
diario, revisó planos; se entretuvo, mientras esperaba a esta persona.
Finalmente, la persona llegó. Saludó y
se sentó al lado de papá. La mirada estupefacta y maravillada de todos los
pasajeros dispersó todas las dudas generadas por la demora. No estaban
esperando a una persona. Estaban esperando a Diego. Y Diego llegó, y viajaba
con ellos, y eran dichosos. Diego dirigía a Mandiyú en esa época, e iba y
volvía a Buenos Aires continuamente, por la Dalma, la Giannina, la Claudia,
supongamos. Cuenta papá que Diego estaba cansado, aunque algo charlaron.
Corrientes le gustaba a Diego, porque su viejo, Chitoro, es de ahí, y le
contaba cuando era chico, en Fiorito, de la buena pesca del Paraná. Papá nunca
supo de fútbol, por lo tanto, con la pesca se dio por satisfecho. Diego durmió
hasta Buenos Aires. A último momento, cuando ya bajaban, papá le pidió un
autógrafo. “A Mariana con cariño. Diego 10”, en una hoja cuadriculada,
asquerosa, pero qué importa.
El autógrafo estuvo guardado desde
entonces, con recelo, por todos. Especialmente por mí. Ahora que estamos todos
más maduros y maradonianos, nos propusimos hacerlo cuadro. En cuanto consigamos
un buen marco, lo colgamos.
Mientras tanto me lo guardo. Como
también esa sensación, que en medio de la charla sobre la pesca del Paraná,
papá no recuerda bien, pero cree haberle dicho que tenía dos hijos, Tomás y
Joaquín. Sí, el Diego supo de mí. Ese es mi autógrafo, mi medalla; mi minuto
con Diego.
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